Vergüenza Propia

A pesar de los intentos, nuevamente hubo fracaso. Fracaso en el plano afectivo. Lo mejor, lo peor, todo sale y todo vale cuando de fracaso se trata.
Tres meses.
De un momento a otro, se vació algo. Y el hueco en el pecho nuevamente copó. La duda, la tristeza, la angustia. Digo, dije, diré. Dice, dijo, dirá.
Fui al video, y miré películas, opciones para pasar el momento. No pude quedarme mucho tiempo buscando. Faltó la crítica o el comentario, la elección compartida. Fui a la heladería. Pedí lo de siempre. Si bien no es un lugar compartido, también faltó.
Cada falta recuerda lo mismo. El uno queda.
Y la heladería fue una gran escuela. ¿Quién piensa que se puede aprender algo en una heladería? Bueno, otro prejuicio mío.
Había gente. Esperé. Miré sabores y colores. Miré caras felices. Sentí mi propia infelicidad. Entonces miré algo más. Dos nenes. Sentados juntos en una silla de jardín, parloteando, sucios, esperando.

La señora de la heladería apareció con dos conitos y preguntó: ¿quién quería helado? Los nenes se levantaron contentos.
Pedí medio kilo.
Se fueron felices, abrazados. Me sonreí, apretando la garganta.
Miré a la señora y le dije bajito, con vergüenza: ¡qué bueno!
Me agradeció.
Pregunté: ¿vienen seguido?
Contestó: todos los días, entre 16 a 20 chicos, no les puedo dar a todos. Termino regalando más de lo que vendo.
Vi mi medio kilo; pagué y la volví a mirar. Otra vez la vergüenza, profunda, colorada.
Con esfuerzo salió la voz “ la f…f..felicito!, ojala todos hiciésemos algo semejante! Estaríamos mucho mejor con tan poco!”. Colorada me agradeció nuevamente.
Me fui, igual de vacío que antes, pero con esta enorme perspectiva.
Horas antes terminó una relación, breve pero intensa. Se dijeron cosas horribles, por ambas partes. Se lastimaron 2.
En ningún momento hubo vergüenza. Ni gota de vergüenza. Se puede ofender, se puede insultar, se puede menospreciar, se puede herir. Nada de todo esto es digno de vergüenza.
Pero reconocer un buen gesto y felicitar a un desconocido por ello me dio vergüenza. Hablo de mí, pero también de lo que veo. Nos da vergüenza ayudar al que necesita levantarse. Hacemos la vista gorda. Nos avergüenza acercarnos al diferente. Nos pone incómodos ayudar a un ciego a cruzar una calle. Vivimos con vergüenza, propia y ajena.
Y sin embargo, lastimar, maltratar, odiar, menospreciar, descuidar, insultar y tantas otras cosas que hacemos a diario, con los queridos y los desconocidos se consideran normales.
En definitiva, me da vergüenza ser normal.